La cultura vial suele asociarse con charlas escolares y afiches sobre el uso del casco. Aunque útiles, representan solo una parte del enfoque moderno, que combina: educación temprana, fiscalización inteligente y rendición de cuentas. Es decir: enseñar, vigilar y exigir.

Los países con mejores resultados poseen autoridades fuertes y respetadas: suficientes agentes con competencia real en tránsito, sanciones claras y procesos eficientes. El principio es simple: “A más denuncias, menos infracciones; menos infracciones, menos accidentes; menos accidentes, menos víctimas”.

En Guatemala, los factores de riesgo son conocidos y persistentes:

  • Exceso de confianza,
  • Distracción al volante (celular, maquillaje, alimentos),
  • Cansancio por jornadas extensas,
  • Estrés del tráfico,
  • Decisiones impulsivas, y
  • Consumo de alcohol (15% de accidentes en el área metropolitana, según EMETRA).

Desde el punto de vista asegurador, esto importa porque la sostenibilidad técnica depende de la gestión del riesgo. Si la conducción en estado de ebriedad se tolera socialmente, ese costo se trasladará a primas más altas, menor cobertura y accesibilidad del seguro.

Por ello, la cultura vial debe sostenerse en tres prácticas:

  • Formación desde la infancia sobre convivencia en la vía pública.
  • Controles visibles y constantes.
  • Comunicación sobre el costo humano de cada siniestro, para evitar normalizar la tragedia.
  • Para el sector asegurador, la educación vial no es filantropía: es inversión en sostenibilidad.
Asociación Guatemalteca de Instituciones de Seguros